En tus mandamientos meditaré,
consideraré tus caminos. Me regocijaré en tus estatutos, no me olvidaré de tus
palabras. (Salmos 119: 15, 16).
En su Palabra, Dios comunicó a
los hombre el conocimiento necesario para la salvación. Las Santas Escrituras
deben ser aceptadas como dotadas de autoridad absoluta y como revelación
infalible de su voluntad. Constituyen la regla del carácter; nos revelan
doctrinas, y son la piedra de toque de la experiencia religiosa. "Toda la
Escritura es inspirada por Dios; y es útil para enseñanza, para reprensión,
para corrección, para instrucción en justicia; a fin de que el hombre de Dios
sea perfecto, estando cumplidamente instruido para toda buena obra" (2
Tim. 3: 16, 17, VM).
La circunstancia de haber
revelado Dios su voluntad a los hombres por su palabra, no anuló la necesidad
que tienen ellos de la continua presencia y dirección del Espíritu Santo. Por
el contrario, el Salvador prometió que el Espíritu facilitaría a sus siervos la
inteligencia de la Palabra; que iluminaría y daría aplicación a sus enseñanzas.
Y como el Espíritu de Dios fue quien inspiró la Biblia, resulta imposible que
las enseñanzas del Espíritu estén jamás en pugna con las de la Palabra.
El Espíritu no fue dado -ni puede
jamás ser otorgado- para invalidar la Biblia; pues las Escrituras declaran
explícitamente que la Palabra de Dios es la regla por la cual toda enseñanza y
toda manifestación religiosa debe ser probada. El apóstol Juan dice: "No
creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos
falsos profetas han salido por el mundo" (1 Jn 4: 5, VM). E Isaías declara: "¡A la ley y al
testimonio! Si no dijeren conforme a
esto, es porque no les ha amanecido" (Isa. 8: 20).
Muchos cargos se han levantado
contra la obra del Espíritu Santo por los errores de una clase de personas que
pretendiendo ser iluminadas por el Espíritu, aseguran no tener más necesidad de
ser guiadas por la Palabra de Dios. En realidad están dominadas por impresiones
que consideran como voz de Dios en el alma. Pero el espíritu que las dirige no
es el Espíritu de Dios. El principio que induce a abandonarse a impresiones y a
descuidar las Santas Escrituras, sólo puede conducir a la confusión, al engaño
y a la ruina. Sólo sirve para fomentar los designios del maligno.
Y como el ministerio del Espíritu
Santo es de importancia vital para la iglesia de Cristo, una de las tretas de
Satanás consiste precisamente en arrojar oprobio sobra la obra del Espíritu por
medio de los errores de los extremistas y fanáticos, y en hacer que el pueblo
de Dios descuide esta fuente de fuerza que nuestro Señor nos ha asegurado.- El
conflicto de los siglos, pp. 9, 10. 125
AUDIO. https://youtube.com/playlist?list=PLvgp0opDuRFw6vQ5YVlIonyXAPELBB7Zt
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