Abren mis ojos, y miraré las
maravillas de tu ley. (Salmos 119: 18).
Más de una porción de las
Sagradas Escrituras que los eruditos declaran ser un misterio o que estiman de
poca importancia, está llena de consuelo e instrucción para el que estudió en
la escuela de Cristo. Si muchos teólogos no comprenden mejor la Palabra de
Dios, es por la sencilla razón de que cierran los ojos con respecto a unas
verdades que no desean poner en práctica. La comprensión de las verdades
bíblicas no depende tanto de la potencia intelectual aplicada a la
investigación como de la sinceridad de propósitos y del ardiente anhelo de
justicia que animan al estudiante.
Nunca se debería estudiar la
Biblia sin oración. Sólo el Espíritu Santo puede hacernos sentir la importancia
de lo que es fácil comprender, o impedir que nos apartemos del sentido de las
verdades de difícil comprensión. Hay santos ángeles que tienen la misión de
influir en los corazones para que comprendan la palabra de Dios, de suerte que
la belleza de ésta nos embelese, sus advertencias nos amonesten y sus promesas
nos animen y vigoricen. Deberíamos hacer nuestra la petición del salmista:
"¡Abre mis ojos, para que yo
vea las maravillas de tu ley!" (Sal. 119: 18, V.M).
Muchas veces las tentaciones
parecen irresistibles, y es porque se ha descuidado la oración y el estudio de
la Biblia, y por ende no se pueden recordar luego las promesas de Dios ni
oponerse a Satanás con las armas de las Santas Escrituras. Pero los ángeles
rodean a los que tienen deseos de aprender cosas divinas, y en situaciones
graves traerán a su memoria las verdades que necesitan. "Porque vendrá el enemigo como río, mas
el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él" (Isa. 59: 19).
Jesús prometió a sus discípulos
"el Consolador, es decir, el Espíritu Santo, a quien -dijo- el Padre
enviará en mi nombre", y agregó: "El os enseñará todas las cosas, y
os recordará todo cuanto os he dicho" (Juan 14: 26, VM). Pero primero es preciso que las enseñanzas de
Cristo hayan sido atesoradas en el entendimiento, si queremos que el Espíritu
de Dios nos recuerde en el momento de peligro. "En mi corazón he guardado
tus dichos, para no pecar contra ti" (Sal. 119: 11).- El conflicto de los
siglos, pp. 657, 658. 115
AUDIO. https://youtube.com/playlist?list=PLvgp0opDuRFw6vQ5YVlIonyXAPELBB7Zt
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