Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo
yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe
del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2: 20).
¿Hemos
considerado con sinceridad y seriedad si delante de Dios tenemos una actitud
humilde para que, por nuestro intermedio, el Espíritu Santo pueda obrar con
poder transformador? Como hijos de Dios tenemos el privilegio de que
el Espíritu actúe en nosotros. Cuando el yo es crucificado, el Espíritu toma al
quebrantado de corazón y lo transforma en una vasija honrosa. Queda en sus
manos como la arcilla en poder del alfarero.
Jesucristo quiere dotar a estos hombres y mujeres
con un poder moral, mental y físico superior. Las gracias del Espíritu son las
que dan solidez al carácter, y, si ejercen una influencia para el bien, es
gracias a Cristo que habita en el creyente. A menos que el reavivamiento del Espíritu se produzca
y el poder de conversión se manifieste en las iglesias, todo lo que puedan
profesar los feligreses jamás los hará cristianos.
Hay pecadores en Sión que necesitan arrepentirse de
los males que han acariciado como tesoros preciosos. A menos que los vean, y
los extirpen, y que cada defecto y expresión de un carácter sin amor sea
transformado en virtud de la influencia del Espíritu, Dios no podrá manifestar
su poder. Hay más esperanza para un pecador declarado, que para
los profesos justos que son impuros, corruptos y sin santidad.
¿Quién desea examinarse? ¿Quién está dispuesto a señalar sus acariciados ídolos
pecaminosos y permitir que Cristo purifique el templo interior arrojando a los
compradores y vendedores? ¿Quién quiere dejar entrar a Jesús para que lo
limpie de todo lo que empaña y corrompe? La medida es: "Sed, pues, vosotros
perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mat. 5:48).
Dios ordena a hombres y mujeres que se liberen del yo;
sólo así el Espíritu tendrá libre acceso al corazón. Sin embargo, no intente
realizar esta obra por sí mismo. Pídale a Dios que obre en usted, y también por
su intermedio, hasta hacer suyas las palabras del apóstol: "Ya no vivo yo,
más vive Cristo vive en mí" (Gál. 2: 20).- Manuscript Releases, T1, pp.
366, 367. EGW RP MHP
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