Y vosotros sois
testigos de estas cosas. He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre
sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que
seáis investidos de poder desde lo alto. (Lucas 24: 48, 49).
Después del
derramamiento del Espíritu Santo, e investidos con la armadura divina, los
discípulos salieron con el propósito de testificar acerca de las maravillosas
historias del pesebre y de la cruz. Aunque sencillos, estos hombres llevaron la
verdad. Después de la muerte del Señor, el grupo se sintió
desamparado, frustrado y desanimado; como ovejas sin pastor. Sin embargo, ahora
salieron a testificar de la verdad sin más armamento que la Palabra y el
Espíritu de Dios que les dieron el poder para vencer toda oposición. El
Salvador había sido rechazado, condenado y clavado a una cruz ignominiosa. Los
sacerdotes judíos y las autoridades habían declarado con desdén: "A otros
salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora
de la cruz y creeremos en él" (Mat. 27: 42).
Sin embargo,
aunque la cruz fue un instrumento de tortura y vergüenza, llegó a ser símbolo
de esperanza y salvación para el mundo. Los creyentes fueron reanimados; la
desesperanza y la sensación de desamparo los abandonó. Entonces, y en virtud de
que ahora estaban unidos por los lazos del amor de Cristo, el carácter les fue
transformado. Desprovistos de riquezas, y aunque por la manera de
expresarse los demás los consideraban como pescadores ignorantes, en virtud de
la obra del Espíritu Santo llegaron a ser poderosos testigos de Cristo. Sin honras
terrenas o reconocimiento social, fueron héroes de la fe. De sus
labios brotaron elocuentes palabras divinas que estremecieron al mundo.
Los capítulos
tercero, cuarto y quinto de Hechos registran los detalles de su testificación.
Los que rechazaron y crucificaron al Salvador esperaban que los desanimados y
cabizbajos discípulos volvieran las espaldas al Señor. Sin embargo, atónitos
tuvieron que escuchar el audaz testimonio que ellos dieron con el poder del
Espíritu Santo. Las palabras y obras de los apóstoles representaron tan bien
las expresiones y el ministerio de su Maestro, que los demás no pudieron menos
que reconocer que hablaban en forma semejante a Cristo como resultado de haber
aprendido de él. "Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la
resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos"
(Hech. 4: 33). EGW 1888 Materials, p. 1543. 168
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLvgp0opDuRFxOYUu9YwK_dxSVa2U9EmVk
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