En el principio creo Dios la luz, un reflejo o símbolo de su presencia como el guía de toda la vida.
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Éste era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.
Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.
Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.
(Juan 1:1-5; 9-14 R60).
(Juan 1:1-5; 9-14 R60).
Tenemos en esta época oportunidades y ventajas que no era fácil obtener en generaciones pasadas.
Tenemos más luz, y ésta la hemos recibido gracias a la obra de aquellos fieles centinelas que hicieron de Dios su sostén, y recibieron de él poder para hacer brillar la luz con rayos claros en el mundo.
En nuestra época tenemos mayor luz de la cual sacar provecho, así como en épocas pasadas los hombres y mujeres de noble valor aprovecharon la luz que Dios les diera.
Largo tiempo trabajaron asiduamente para aprender las lecciones que les fueron dadas en la escuela de Cristo, y no trabajaron en vano. Sus esfuerzos perseverantes fueron recompensados.
Se unieron con el mayor de todos los poderes, y sin embargo, anhelaban siempre una comprensión más profunda, elevada y amplia de las realidades eternas, para poder presentar con éxito los tesoros de la verdad a un mundo necesitado.
EGW MJ 30 – 31.
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