Puestos
los ojos en Jesús, el autor y
consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la
cruz, menospreciando el
oprobio, y se sentó a la
diestra del trono de Dios. (Hebreos 12:2).
Si
se atesoran la sospecha, la envidia, los celos y las
conjeturas malignas, éstas
excluirán la bendición de Dios, pues Jesús no puede morar en un corazón donde
éstas cosas son atesoradas. El templo del alma debe ser limpiado de toda contaminación...
Cristo previó el peligro
de todas estas cosas, y justamente antes de entregar su vida por el mundo oró a su Padre para que sus discípulos pudieran llegar a ser uno con Cristo como Él era uno con el
Padre... Nada
puede agraviar más al Espíritu de Dios que la discordia entre los que están ocupados como obreros en su viña, puesto que el mismo espíritu que abrigan se difunde entre las iglesias.
Tal semilla, una vez
sembrada, es difícil de
erradicar. Requiere tiempo y trabajo y angustia de alma corregir las cosas y entrar en un estado de armonía y paz.
Todo
el cielo está trabajando por la unidad de la iglesia y los profesos seguidores de Cristo están obrando en contra de Dios, puesto que no atienden su instrucción, sino que
entran en disensión.
Quien corre una carrera
seguramente perderá su victoria si se preocupa por mirar a quienes corren detrás o a su lado. Debe correr para
ganar la corona de gloria inmortal, puestos los ojos en Jesús, el autor y
consumador de su fe.
Esta
obra en la cual estamos empeñados es una obra grande, santa, sagrada. No
podemos ni por un momento bajar la guardia.
La corona, la
corona, la corona imperecedera que ha de
ser ganada, ha de ser mantenida delante del que corre la carrera. Corran de tal manera que la
obtengan...
No miren a los
hombres. Su
responsabilidad es para con Dios, y El
recompensará a cada hombre según haya sido
su obra...
Contemplemos y capturemos, los
brillantes rayos del rostro de Jesucristo. Recibiremos tanto como podemos sobrellevar.
No nos detengamos a pelear por las circunstancias, sino pongamos los ojos en Jesús. Por medio del poder
transformador del Espíritu Santo llegamos a ser
asimilados a la imagen del bendito objeto que contemplamos.
No murmure ni busque
faltas. Al poner los ojos en
Jesús, la imagen de Cristo es grabada
sobre el alma y reflejada en
espíritu, en palabras, en verdadero
servicio hacia los que nos rodean. El gozo de Cristo está en nuestros corazones y nuestro gozo está
cumplido. Esta es la
verdadera religión.
Asegurémonos de
conseguirla, y de ser bondadosos corteses, de tener amor en el alma esa clase de amor que se derrama y se expresa en buenas obras; que es una luz que resplandece en el mundo, y que hace que nuestro gozo sea cumplido.
Manuscrito 26, de 1889. RJ269/EGW/MHP 270