Ahora pues, Jehová Dios
mío, tú me has puesto a mí tu siervo por rey en lugar de David mi padre; y yo
soy joven, y no sé cómo entrar ni salir. Y tu siervo está en medio de tu pueblo
al cual tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar ni numerar por
su multitud. Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y
para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu
pueblo tan grande? (1 Reyes 3:7-9).
El nombre de Jehová fue
grandemente honrado durante la primera parte del reinado de Salomón. La
sabiduría y la justicia reveladas por el rey atestiguaban ante todas las naciones
la excelencia de los atributos del Dios a quien servía. Durante un tiempo
Israel fue como la luz del mundo y puso de manifiesto la grandeza de Jehová. La
gloria verdadera de Salomón durante la primera parte de su reinado no estribaba
en su sabiduría sobresaliente, sus riquezas fabulosas o su extenso poder y
fama, sino en la honra que reportaba al nombre del Dios de Israel mediante el
uso sabio que hacía de los dones del cielo.
A medida que
transcurrían los años y aumentaba la fama de Salomón, procuró él honrar a Dios
incrementando su fortaleza mental y espiritual e impartiendo de continuo a otros
las bendiciones que recibía. Nadie comprendía mejor que él que el favor de
Jehová le había dado poder, sabiduría y comprensión, y que esos dones le eran
otorgados para que pudiese comunicar al mundo el conocimiento del Rey de reyes.
Salomón se interesó
especialmente en la historia natural, pero sus investigaciones no se limitaron
a un solo ramo del saber. Mediante un estudio diligente de todas las cosas
creadas, animadas e inanimadas, obtuvo un concepto claro del Creador. En las
fuerzas de la naturaleza, en el mundo mineral y animal, y en todo árbol,
arbusto y flor, veía una revelación de la sabiduría de Dios, a quien conocía y
amaba cada vez más a medida que se esforzaba por aprender.- Profetas y reyes,
pp. 22, 23. 266
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