Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le
llevó Dios. (Génesis 5: 24).
La piedad es el fruto del carácter cristiano. Si
permanecemos en la vid, produciremos los frutos del Espíritu. La vida de la vid
se manifiesta por intermedio de los sarmientos. Debemos mantener una estrecha e
íntima relación con el cielo si deseamos poseer la virtud de la piedad. Si
deseamos reflejar su imagen, y queremos demostrar que somos hijos e hijas del
Altísimo, en nuestros hogares Jesús debe ser huésped y miembro de la familia.
La religión en el hogar es fundamental. Si el Señor
habita entre sus integrantes, sentiremos que somos miembros de la familia
celestial. El ser conscientes de que hay ángeles del cielo que nos observan,
contribuirá para que seamos amables y pacientes. Necesitamos prepararnos para
entrar en las cortes celestiales, y para ello debemos cultivar la cortesía, la
piedad, la conversación santa y centrar los pensamientos en temas de origen
celestial.
Enoc caminó con Dios. Honró al Señor en cada asunto de
su vida. En el trabajo o en el hogar, siempre preguntaba: "¿Agradará esto
al Señor?" Al tener en mente a Dios y al aceptar sus consejos, fue
produciéndose la transformación del carácter de tal manera que lo convirtió en
un hombre piadoso, cuya vida agradó al Señor. Tenemos la exhortación de añadir
a la piedad, afecto fraternal. ¡Oh, cuánto necesitamos avanzar en esta
dirección para poder sumar dicha virtud al carácter! En muchos hogares predomina un espíritu duro
y combativo. Las expresiones de crítica y las acciones desprovistas de bondad
son una ofensa a Dios. Las órdenes
dictatoriales arrogantes, y las conductas dominantes no son aceptables en el
cielo. La razón por la cual existen tantas diferencias entre los hermanos, es porque
se han equivocado al no añadir a su carácter la bondad fraternal. Deberíamos
manifestar por los otros el mismo amor que Cristo siente por nosotros.
El Señor del cielo considera al ser humano de gran estima.
Pero si una persona no es bondadosa en el seno de su propia familia, no está en
condiciones para participar del hogar celestial. Si está contenta con su manera
de ser, sin importarle las heridas causadas por su trato, no podrá sentirse
feliz en el cielo, a menos que allí pueda gobernar. La paz de Dios permanecerá
en el hogar sólo si permitimos que el amor de Cristo tenga el control del
corazón.- Review and Herald, 21 de febrero de 1888. 98
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