La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean
uno, así como nosotros somos unos. Yo en
ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca
que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.
(Juan 17: 22, 23).
Se presentan grandes desafíos al esfuerzo cristiano;
lamentablemente estamos muy distantes de alcanzarlos. Si nuestras prácticas
armonizaran con los planes del Señor, los resultados serían gloriosos. Él dice:
"Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer
en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno en nosotros; para que el
mundo crea que tú me enviaste" (Juan 17: 20, 21).
Jesús no oró por lo que están fuera de nuestro
alcance. Y si la unidad es posible, ¿por qué los seguidores de Cristo no
luchamos con más intensidad para alcanzar este don de su gracia? Cuando seamos uno con Cristo, llegaremos a
ser uno con sus otros seguidores. Nuestra mayor necesidad es Jesús, la
esperanza de gloria. Mediante el Espíritu Santo es posible lograr dicha unidad;
con ella abundará el amor entre los hermanos, y la gente reconocerá que lo
aprendimos al estar con Jesús. Nuestras vidas serán un refiero de su carácter santo
si representamos su mansedumbre de espíritu y su delicadeza de comportamiento.
Individualmente, la iglesia de Dios debe responder la oración de Cristo hasta
que todos lleguemos a la unidad del Espíritu.
¿Cuáles son las causas de las disensiones y las discordias? Es el resultado de vivir sin relacionarnos con Cristo. Al alejarnos dejaremos de amarlo, y, como consecuencia, se enfriará nuestras relaciones con otros seguidores del Maestro. Cuanto más lejos se retiran los rayos de luz de su centro, tanto mayor será la distancia que separará al uno del otro. Cada creyente es un rayo de luz de Cristo, el Sol de Justicia.
Cuanto más cerca estemos de Jesús. el centro de luz y amor, más
intenso será nuestro afecto por los otros portadores de la luz. Cuando los santos
permiten que Cristo los atraiga, mayor será la necesidad de sentirse cerca el
uno del otro por la santificadora gracia del Señor que ata sus corazones. No
podemos decir que amamos a Dios si faltamos en amar a nuestros hermanos.- EGW
1888 Materials, pp. 1048, 1049. 90
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