Cada uno dé como propuso en su
corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y
poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que,
teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda
buena obra. (2 Corintios 9: 7, 8).
Cuando los corazones de los
hombres han sido enternecidos por la presencia del Espíritu de Dios, son más
sensibles a las impresiones del Espíritu Santo, y resuelven negarse a sí mismos
y sacrificarse por la causa de Dios. Al brillar la divina luz en las cámaras de
la mente, con claridad y fuerza inusitadas, es cuando los sentimientos del
hombre natural quedan vencidos y el egoísmo pierde su poder sobre el corazón y
se despiertan los deseos de imitar al Modelo, Jesucristo, en la práctica de la
abnegación y la generosidad. Entonces la disposición del hombre naturalmente
egoísta se impregna de bondad y compasión hacia los pecadores perdidos, y
formula una solemne promesa a Dios como lo hicieron Abrahán y Jacob.
En tales ocasiones los ángeles
celestiales están presentes. El amor hacia Dios y la gente triunfa sobre el
egoísmo y el amor al mundo. Esto sucede especialmente cuando el predicador, con
el Espíritu y el poder de Dios, presenta el plan de redención trazado por la
Majestad celestial en el sacrificio de la cruz.
Dios le ha dado al creyente algo
que hacer para lograr la salvación de sus semejantes. Puede obrar en relación
con Cristo haciendo actos de misericordia y de beneficencia. Pero, no puede
redimirlos porque es incapaz de satisfacer las exigencias de la justicia
insultada. Esto lo pudo hacer sólo el Hijo de Dios, poniendo a un lado su honra
y gloria, revistiendo de humanidad su divinidad, y viniendo a la tierra para
humillarse y derramar su sangre en favor de la familia humana.
Al comisionar a sus discípulos
para que fuesen "por todo el mundo" a predicar el evangelio "a
toda criatura" (Mar. 16: 15), Cristo encomendó a los hombres la obra de
difundir las buenas nuevas. Pero
mientras algunos salen a predicar, invita a otros a que satisfagan sus demandas
en cuanto a los diezmos y ofrendas con que sostener el ministerio y difundir la
verdad en forma impresa por toda la tierra. Joyas de los testimonios, t. 1,
pp. 551, 552. 93
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