Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los
que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como
tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para
que el mundo crea que tú me enviaste. (Juan 17: 20, 21).
La armonía y unión existentes entre hombres de
diversas tendencias es el testimonio más poderoso que pueda darse de que Dios
envió a su Hijo al mundo para salvar a los pecadores. A nosotros nos toca dar
este testimonio; pero, para hacerlo, debemos colocarnos bajo las órdenes de
Cristo. Nuestro carácter debe armonizar con el suyo, nuestra voluntad debe
rendirse a la suya. Entonces trabajaremos
juntos sin contrariarnos.
Cuando uno se detiene en las pequeñas divergencias, se
ve llevado a cometer actos que destruyen la fraternidad cristiana. No
permitamos que el enemigo obtenga en esta forma la ventaja sobre nosotros.
Mantengámonos siempre más cerca de Dios y más cerca unos de otros. Entonces
seremos como árboles de justicia plantados por el Señor, y regados por el río
de la vida. ¡Cuántos frutos llevaremos! ¿No dijo Cristo: "En esto es
glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto" (Juan 15: 8)?
El Salvador anhela que sus discípulos cumplan el plan de Dios en toda su altura y profundidad. Deben estar unidos en él, aunque se hallen dispersos en el mundo. Pero Dios no puede unirlos en Cristo si no están dispuestos a abandonar su propio camino para seguir el suyo. Cuando el pueblo de Dios crea sin reservas en la oración de Cristo, y en la vida diaria ponga sus instrucciones en práctica, habrá unidad de acción en nuestras filas.
Un hermano se sentirá unido al otro por las cadenas del amor de Cristo. Sólo el Espíritu de Dios puede realizar esta unidad. El que se santificó a sí mismo puede santificar a sus discípulos. Unidos con él, estaremos unidos unos a otros en la fe más santa. Cuando nos esforcemos para obtener esta unidad como Dios desea que luchemos, la disfrutaremos.- Joyas de los testimonios, t. 3, pp. 246, 247. 89
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