Así que, amados, puesto
que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de
espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. (2 Corintios 7:1).
El Señor nos envía
advertencias, consejos y reproches para que tengamos oportunidad de corregir
nuestros errores antes de que se conviertan en una segunda naturaleza. Pero si
rehusamos ser corregidos, Dios no interviene para contrarrestar las tendencias
de nuestra propia conducta. No obra un milagro para que no brote y produzca
fruto la semilla sembrada. La persona que se muestra temerariamente infiel, o
que manifiesta una impasible indiferencia ante la verdad divina, no está más
que recogiendo la cosecha que él mismo sembró. Tal ha sido la experiencia de
muchos. Escuchan con estoica pasividad las verdades que una vez conmovieron sus
corazones. Sembraron descuido, indiferencia y resistencia a la verdad, y tal es
la cosecha que ahora obtienen.
La frialdad del hielo, la dureza del hierro, la naturaleza impenetrable e inimpresionable de la roca, todo esto encuentra una equivalencia en el carácter de muchos cristianos profesos. Así fue como el Señor endureció el corazón de Faraón. Dios habló al rey egipcio por boca de Moisés, dándole las evidencias más notables del poder divino; pero el monarca tercamente rehusó la luz que lo hubiera conducido al arrepentimiento.
Dios no envió un poder sobrenatural para endurecer el corazón
del rey rebelde, pero, como resistió a la verdad, el Espíritu Santo se retiró,
y el Faraón quedó en las tinieblas y la incredulidad que había elegido.
Los hombres se separan
de Dios al rehusar la influencia del Espíritu. El Señor no tiene en reserva un
agente más poderoso para iluminar sus mentes. Así, ninguna revelación de su
voluntad puede alcanzarlos en su incredulidad.
Ojalá pudiera guiar a
cada profeso seguidor de Cristo a ver este asunto tal cual es. Todos estamos
sembrando, ya sea para la carne o para el Espíritu, y segamos la cosecha de la
semilla que sembramos. Al elegir nuestros placeres o tareas, sólo debiéramos
buscar aquellas cosas que son excelentes. Lo frívolo, lo mundano, lo
envilecedor no deberían tener poder para controlar los afectos o la voluntad.-
Review and Herald, 20 de junio de 1882.
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AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLvgp0opDuRFxYbpvM5t67YPIWXD9NDE5p
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