Cuando llegó la noche, luego que el sol se puso, le
trajeron todos los que tenían enfermedades, y a los endemoniados; y toda la
ciudad se agolpó a la puerta. Y sanó a
muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos
demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque le conocían. (Marcos 1:32-34).
Al darnos a su Hijo, el Padre dio el don más costoso
que el cielo podía conceder. Es nuestro privilegio usar este don al ministrar a
los enfermos. Dependan de Cristo. Entreguen
cada caso al gran Médico; permítanle que él dirija cada operación. La oración
ofrecida con sinceridad y fe será escuchada. Esto dará confianza a los médicos
y valor al sufriente.
Se me ha instruido que deberíamos conducir a los
enfermos de nuestras instituciones a esperar grandes cosas por causa de la fe
del médico en el gran Sanador, quien, en los años de su ministerio terrenal,
recorrió las aldeas y los pueblos de la tierra y sanaba a todos cuantos venían
a él. Ninguno fue rechazado; los sanó a todos. Induzcan a los enfermos a que
perciban que, aunque invisible, Cristo está presente para traer alivio y
sanidad.
Después de su resurrección, Cristo habló con sus discípulos y durante cuarenta días los instruyó acerca de su obra futura. El día de su ascensión, se encontró con ellos en un monte de Galilea que les había indicado. Y les dijo: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mat. 28:18-20).
Es el privilegio
de cada médico y de cada sufriente creer en esta promesa; es la vida para todo
creyente.- Letter B82, 1908 (Loma Linda Messages, p. 355). 203
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLvgp0opDuRFxTJtmQ8X5_wYad_Ob2DbUh
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