Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no
naciere de agua y del Espíritu,
no puede entrar en el reino de Dios. (Juan 3:
5).
Necesitamos "nacer de
nuevo" para poder servir al Señor aceptablemente. Debe ser
abandonada nuestra inclinación natural, que está en abierta oposición al
Espíritu de Dios. Necesitamos llegar a ser hombres y mujeres hechos
nuevos en Cristo Jesús. Nuestra vida antigua, que no ha sido renovada,
tiene que dar lugar a una nueva: vida llena de amor, de confianza, y de
una obediencia espontánea.
¿Piensa acaso
que semejante cambio no es
necesario para entrar al reino de Dios?
Escuche
lo que dice la Majestad de los cielos: "Os es necesario nacer de
nuevo" (Juan 3: 7).
"si no os volvéis y os hacéis como niños, no
entraréis en el reino de los cielos" (Mat. 18: 3).
A menos que se produzca un cambio, no podremos
servir a Dios como corresponde. Nuestra obra será defectuosa; los planes
incorporarán ideas mundanas, y el fuego ofrecido deshonrará a Dios. La
vida se tomará impía e infeliz, inquieta y llena de dificultades.
Los cambios que produce la
nueva vida se realizan únicamente por la acción eficaz del Espíritu
Santo. Solamente él puede limpiarnos de la impureza. Si aceptamos
que modele y forme el corazón, llegaremos a ser aptos para discernir el
carácter del reino de Dios y para realizar los cambios que necesitan producirse,
a fin de que tengamos acceso a sus dominios. El orgullo y el amor propio
resisten al Espíritu de Dios. Cada inclinación natural se opone a que la
autosuficiencia y el orgullo sean sustituidos por la humildad y la mansedumbre
de Cristo.
Pero, si deseamos andar en el camino que conduce a la vida eterna, no debemos
prestar oídos a los susurros del egoísmo. Con humildad y contrición
tenemos que implorar a nuestro Padre Celestial: "Crea en mí, oh Dios, un
corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mi" (Sal. 51:
10). En la medida en que recibamos la luz divina y estemos dispuestos a
cooperar con las inteligencias celestiales, gracias al poder de Cristo
naceremos otra vez, liberados de la contaminación del pecado.
Cristo vino al mundo porque el
hombre perdió la imagen y la naturaleza de Dios. Lo vio extraviado de la
senda de la paz, la pureza; si intentaba volver por sí mismo, nunca encontraría
el camino de regreso. Vino con un plan de salvación adecuado y completo
que incluye el cambio del corazón de piedra por uno de carne. Vino
también para transformar la naturaleza pecaminosa a su semejanza, a fin de que
pudiéramos ser participantes de la naturaleza divina y adaptados para las
cortes celestiales.
The Youth's Instructor, 9 de
setiembre de 1897.
Recibiréis Poder (EGW). 27
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