Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. (Colosenses 3: 3).
Jesús es el modelo perfecto. En lugar de complacer al yo y de hacer lo que nos parece, tratemos de reflejar su imagen.
El fue bondadoso y cortés, tierno y compasivo. ¿Somos semejantes a él en estas virtudes? ¿Deseamos que nuestras vidas tengan la fragancia de las buenas obras? Lo que necesitamos es la sencillez de Cristo. Temo que un espíritu duro e insensible, enteramente diferente del Modelo divino, haya tomado posesión del corazón de no pocos. Esta conducta inflexible, alimentada por muchos que la consideran una virtud, tiene que ser removida para estar en condiciones de amar a otros, como Cristo nos amó a nosotros.
No es suficiente que nos limitemos a la simple expresión de fe. Se necesita más que un asentimiento nominal. Debe haber un conocimiento real; una experiencia genuina en los principios de la verdad que está en Cristo. El Espíritu Santo debe obrar en el interior para exponer estos principios a la fuerte luz de un conocimiento claro acerca de ellos, y, al conocer su poder, dejar que actúe en la vida. La mente debe rendir obediencia a la real ley de la libertad, que es impresa en el corazón y llega a ser entendida plenamente gracias al Espíritu Santo. La expulsión del pecado debe ser un acto del mismo ser, basado en el ejercicio de sus más nobles facultades.
La única libertad de la cual puede disfrutar la voluntad finita está en ponerse en armonía con la voluntad de Dios, cumpliendo con las condiciones que le permiten al hombre ser participante de la naturaleza divina por haber huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia... El carácter humano, deformado por el pecado, es depravado y terriblemente diferente del que tuvo el primer hombre cuando salió de las manos del Creador.
Jesús se propuso tomar la pecaminosa deformidad humana y, en cambio, devolverle su propio carácter hermoso y excelente. Se compromete a renovar todo el ser mediante la verdad. El error no puede realizar esta obra de regeneración; sin embargo, necesitamos tener visión espiritual para poder discernir entre la verdad y la falsedad, a fin de no caer en las trampas del enemigo.- Review and Herald, 24 de noviembre de 1885. RPEGW
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